Cuentos de Eduardo Loedel

“Life’s but a walking shadow, a poor player, / That struts and frets his hour upon the stage, / And then is heard no more. It is a tale / Told by an idiot, full of sound and fury, / Signifying nothing.” William Shakespeare - Macbeth, Acto V, Escena 5 *

Cuentos Stories

LA CALCULADORA

Había una vez un niño que se llamaba Daniel.

Daniel tenía una calculadora que siempre llevaba a todas partes.

No era que a Daniel le gustaran especialmente las matemáticas o siquiera las números: la verdad es que no sabía sumar ni restar ni multiplicar ni mucho menos dividir.

-¿Que es dividir?

-¿Dividir? ¡Uhhh! Eso es bien difícil… Vas a tener que tomar mucha sopa antes de poder dividir.

Decía entonces que Danielito no se separaba nunca de su calculadora ¿sabes par que? Porque cuando en la calle o la escuela o el parque o el autobús alguien le preguntaba:

-¿Que llevas ahi? -él contestaba lleno de orgullo:

-¡Una calculadora!

Era la palabra más larga que había aprendido y la decía clarito, clarito:

-¡CAL-CU-LA-DO-RA!

Danielito vivía feliz y contento con su calculadora pero ella no. La calculadora no había nacido para calcular. Ella quería escribir, sonaba con tener un teclado coma el de una computadora.

O por lo menos coma el de esa máquina de escribir vieja con que jugaba Danielito. ¡Si hubiera tenido al menos números mayúsculos y minúsculos!

Un viernes de lluvia torrencial le toco al Papa de Daniel ir a buscarlo a la escuela.

El Papa no estaba muy práctico en esos trajines. Entre la preocupación de que había dejado el auto mal estacionado y tenía miedo de que le pusieran una multa, la preocupación de dejarse olvidados los zapatos que había tenido que sacarle para ponerle las botas de lluvia, de si le ponía el impermeable encima de la campera -con peligro de que el chico se asara- o se la sacaba y corría entonces el peligro de olvidársela o, mucho peor, de que el chico se le resfriara o incluso se pescara una pulmonía, aparte de que no le hubieran alcanzado las manos para cargar con chico, paraguas, zapatos y campera, digo que, entre tanta preocupación, el pobre Papi de Daniel se armó tal lio que le puso las botas y guantes al revés. la campera encima del impermeable y hasta trato de ponerle los zapatos encima de las botas. Pero eso no hubiera sido nada. Lo grave, lo verdaderamente catastrófico (linda palabra ¿eh?  ¡CA­ TAS-TRO-FI-CO!) fue que ¡se olvidaron la calculadora en la escuela! Y coma era viernes. Danielito tuvo que pasarse todo el fin de semana sin ella.

Fue un fin de semana que los papás de Daniel no se van a olvidar así nomás. Pero ese es otro cuento.

Al lunes siguiente, lo primero que hizo Daniel al llegar a la escuela fue buscar la calculadora. Pero por mucho que buscó y rebuscó y revolvió, no la encontró por ninguna parte. Lo que si vio fue una especie de globo terráqueo muy grande y muy redondo que alguien había tratado de esconder en un rincón. Del globo salían unos ruidos muy raros.

Cuando llegó la hora de lectura, la maestra casi se desmaya de la sorpresa: todas las páginas de todos los libros que abría ¡estaban en blanco! ¡Hasta los títulos había desaparecido!

Los chicos se pasaban los libros unos a otros sin poder creer a sus ojos. ¡Alguien se había robado todas las palabras! ¿Quien podía ser el ladrón?

En ese momento, del rincón donde estaba la especie de globo terráqueo, llegó un ruido como de trueno, como de terremoto y era que el globo se había puesto a temblar y, junto con el globo, temblaba la clase entera. El ruido se hizo cada vez más fuerte y los temblores más violentos. Empezaron a llegar a la clase maestras y niños de otros grados, que venían a ver qué pasaba.

De pronto paró el ruido, pararon los temblores: todo el mundo se quedó callado, esperando lo que iba a pasar.

El globo empezó a rodar despacito, despacito hacia el centro del aula. Al verlo de cerca, Danielito notó que no era un globo terráqueo, que tenía come unas teclas con números y con signos de sumar y restar y… y… ¡ el globo no era ningún globo, era su calculadora!

-¡Cuidado! A ver si explota… -dijo un chico. Y justo en ese momento el globo o, mejor dicho, la calculadora soltó un BORBORIGMO gigante.

-¿Que es un borborigmo?

-Borborigmo es el ruido que te hacen las tripitas cuando tienes la pancita revuelta.

Y no era para menos. Durante el fin de semana la calculadora se había dado un empacho horrible de palabras y ahora estaba a punto de soltarlas todas de golpe. Porgue las pobres palabras, que habían visto la oportunidad de volver a sus libros, ya empezaban a salir atropellándose unas con otras en una rebatiña furiosa. (Si tú te hubieras pasado dos días y dos noches apretujado y entreverado con todos los chicos de tu escuela en la panza negra de una calculadora, lejos de tu Papi y de tu Mami, ¡también te hubieras apurado a salir!).

Igual que los globos cuando se desinflan de golpe, pero mucho más fuerte y más rápido, como un avión a chorro, como un cohete, la calculadora salió volando por toda la escuela. Y fue una suerte que hiciera frio y estuvieran todas las ventanas cerradas, porque si no, se habría escapado por una ventana y no habría parado hasta Júpiter, regando todo el cielo de príncipes, princesas, brujas, ogros y dragones.

Y allá se fueron los niños, gritando, corriendo, tropezándose, tratando inútilmente de alcanzar aquella maquina fabulosa que se iba y volvía, cambiaba de dirección, rebotaba contra las paredes y el techo, so1tando todo el tiempo aquel torrente de palabras enloquecidas  y allá corrían  las maestras, más enloquecidas

todavía; y los niños perseguían a la maquina y la maquina a las palabras y las palabras a los libros y las maestras a todos los demás y aquello era una confusión HISTORICA.

Por fin las palabras volvieron a los libros, los niños a sus bancos y la calculadora, que había empezado a perder impulso, volvió a quedarse chatita otra vez. Apenas si se sacudía de vez en cuando y soltaba un ¡AY! o un ¡HUY! lastimero.

Danielito la cogió con mucho cuidado, le hizo sana, sana pancita de rana y se la guardó en el bolsillo. Las maestras estaban tan contentas de que todo volviera a estar en calma y de haber salido de ese lio mayúsculo sin accidentados graves que ni siquiera se acordaron de darle una penitencia y mandaron a todo el mundo a su casa. La lectura quedaría para el día siguiente.

¡ Nadie se imaginaba la sorpresa que les esperaba al día siguiente!